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31 octubre 2010

CAPÍTULO 5. AHORA SÉ, QUE LA NADA LO ERA TODO.

Tenía pensado subir algún capítulo más, pero las cosas se han complicado un poco, así que os dejo el capítulo 5, esperando que os guste.

5


No apareció, ni en el primer turno, ni tampoco en el segundo.
Samuel se pasó la hora de la comida mirando hacia la puerta. Tropezó tres veces con las sillas, derramó el agua en la mesa y se olvidó de colocar el pan.
No podía centrarse en lo que estaba haciendo. Miraba continuamente el reloj, como si ante su insistencia, el tiempo decidiera pasar más rápido.
Cuando el último comensal se fue, respiró aliviado.

—¿Se puede saber que te pasa? Hijo, no das una a derechas.

—No estoy muy fino ¿verdad? No he dormido muy bien.

Ester le miró con aire maternal. Con sus sesenta años y cuatro hijos no lo podía hacer de otra manera.

—Pareces preocupado ¿va todo bien?

Se conocían desde hacía muchos años .Le acogió sin preguntar cuando puso sus pies en aquel lugar por primera vez, sacando su historia poco a poco, como el que tira de un hilo, con suavidad, desenredando toda la madeja.

—Ester… ¿Daniel ha venido por aquí?

— Daniel… ¿el chico sordomudo? Pues ahora que lo dices, hace tiempo que no lo veo.

—¿Sabes por dónde vive?

—Como no…llevo un censo de todos lo que están aquí—respondió irónicamente— ¿Sabes cuantas esquinas, cajeros y garajes hay en la ciudad? Quién sabe, esta gente no tiene un lugar fijo.

Le mira de reojo y ve la decepción en su cara.

—Os vi en el parque el otro día. Me extrañó un poco. ¿Te estaba haciendo fotos?

Aquel día no reflexionó sobre lo que pasaría si alguien los viera, ni tampoco lo que pudieran pensar. Siempre le habían dicho que dejara actuar a los servicios sociales, que no se involucrara personalmente con ninguno de ellos. Nunca se sabía que parte de la historia que contaban era verdad y que parte era mentira, pero con Daniel bajó la guardia y deseaba no haberse equivocado.
Instintivamente giró su cuerpo para no ser golpeado por el reproche de Esther, sintiéndose de nuevo como un adolescente reprendido, cuestionado en todas sus decisiones.

—Le estaba haciendo un favor.

—Ten cuidado Samuel. Nadie viene aquí sin ninguna razón. Intentaron hablar con él y ofrecerle ayuda, su imagen no encaja con este sitio. Sorprendió a todos con su arrogancia. Cuando te mira casi sin pestañear da un poco de miedo.

—Era solo curiosidad, no te preocupes.

Con una palmada en su hombro, la mujer zanjó el tema. Sabía bien cuando no quería hablar.

En el momento en que todo estuvo recogido decidió marcharse. Colocó los auriculares y subió el volumen para no oír sus propios pensamientos. Debería pasar por la universidad para concretar algunas cosas de su proyecto, pero su ánimo le quitaba las pocas ganas que tenía.
Caminaba por la avenida enfundado en su hastío, sin fijarse en lo que tenía a su alrededor, razón por la cual no vio a Daniel hasta que chocó con él haciendo que cayera de espaldas en la acera. Recuperado del susto inicial, lo miró sin ayudarle a levantarse.

—¿Se puede saber dónde te habías metido? Llevas más de una semana sin aparecer por el comedor, llegué a pensar que te había pasado algo.

Daniel sentado en el pavimento le miraba atónito, intentando descifrar lo que decía un Samuel enfadado que no paraba de moverse. Se levantó, sacudió los pantalones y se puso frente a él. Con lentitud deliberada, sacó su libreta de la mochila y comenzó a escribir.

—¡Hola Samuel! ¿Qué tal estás? Gracias por tirarme al suelo.

Enseñó con sorna su mudo diálogo y esperó a que terminara de leer.

Samuel esta vez si enrojeció avergonzado por su falta de control. No era su día, acabaría pegando a alguien si no empezaba a relajarse.

—Disculpa, no te vi.

—Invítame a un café y puede que te perdone.

Samuel observó las letras un rato y luego miró a su alrededor. Ester venía caminando por esa misma calle y no quería dar explicaciones. Agarró a Daniel del brazo y paró un taxi. Casi a empujones lo metió dentro y le dio al conductor una dirección del centro.

—¿Es un secuestro? Porque si es así, lo llevas claro. Tendrás que quedarte conmigo.

Una carcajada cargada de nervios explotó dentro del coche. No se dijeron nada más.
La ciudad iba pasando ante ellos por las ventanillas, una misma ciudad con vistas diferentes. Conocida, dominada, a veces aburrida para uno. Descubierta, inexplorada y bulliciosa para otro.
El silencio era agradable, de vez en cuando giraban sus cabezas y se sonreían. Samuel se sintió reconfortado por poder entenderse sin palabras, tranquilo, libre de los agobios que tanto le pesaban.

El taxi paró no muy lejos del centro. Samuel pagó la carrera y se adentró por los laberintos de callejuelas que lo atravesaban hasta llegar a las puertas de La Destilería, un local recién inaugurado que hacía de cafetería durante las tardes y de pub durante la noche. Casi escondido sorprendía con su decoración al entrar y con la cantidad de público que había en su interior. Una estética revival transportaba a los 70. Colores fuertes, llamativos, contrastaban con el brillo de los objetos plateados que lo adornaban. Las paredes aparecían revestidas con papeles pintados de formas geométricas, adornadas con fotografías a lo Andy Wharhol. Lámparas de vidrios de colores daban un ambiente cálido, invitando a sentarse en las oscuras sillas de madera o en los sofás retro forrados con tela de pana.
Esperando al camarero, entretenido con la voz de Gloria  Gaynor que solo él podía oír, se  dio cuenta de lo difícil que iba a ser mantener una conversación. Lo de anotar en aquel cuaderno no era buena idea. Sacó su portátil y lo colocó en la mesa.

—Si queremos hablar creo que con esto será más fácil. ¿Qué tal se te da escribir en el ordenador?

Daniel encendió el Sony VAIO. Una imagen de Samuel y Lucas abrazados, con sonrisas que en aquel entonces eran sinceras, apareció en la pantalla. Abrió el Word a la vez que arrastraba su silla muy cerca de su estrenado amigo, rozándole con sus hombros, notando el calor que desprendían unas piernas que se separaron ante ese contacto fortuito. Fue en ese preciso instante cuando advirtió el olor. Llegó sin avisar, nítidamente, una esencia melosa, acerada y envolvente subiendo por sus fosas nasales, despertando un dolor ya conocido en sus sienes.

Encre Noire—tecleó rápidamente

—¿Qué?

Encre Noire de Lalique. ¿Ese es el perfume que llevas?

—Creía que no tenías olfato.

Daniel apretó los dientes tratando de alejar el malestar que ya se extendía hacia su estómago. Apresurado escribió que iba al baño dejando a su acompañante boquiabierto, mirando el cursor parpadeante y a él que se alejaba con rapidez.

Cerró la puerta del lavabo y apoyó su frente en la pared buscando alivio en los fríos azulejos. Frases inconexas, imágenes borrosas se arremolinaban en torno suyo robándole la fuerza, haciendo que su cuerpo buscara sentarse ante una inminente caída.

Madera exótica y vidrio negro, original este envase que recuerda a un tintero...—le decía una vendedora excesivamente risueña.

Todavía no he terminado el anterior, Daniel, deberías echártelo tú para quitar ese olor a sexo rancio que traes. ¿Quién fue hoy?—una voz lejana, de hombre, le recriminaba en una habitación llena de dibujos hechos a plumilla.

Figuras, estancias, voces… pasaban de forma discontinua sin llegar a quedarse. Quería atraparlas, pero el daño que le provocaban las encerraba en un rincón, dispuestas a torturarle en cualquier momento.

No eres nada, sin mi no eres nada…—su propia voz gritaba.

Con manos temblorosas levantó la tapa del inodoro y comenzó a vomitar.
Esta situación cada vez se hacía más frecuente y aumentaba cuando estaba con Samuel.
Frente al espejo se preguntaba quién era, qué pudo ocurrirle.
Un fugaz recuerdo de un pacto incomprensible que le instaba a salir corriendo, fue rechazado con el agua helada sobre su cara. No le apetecía irse, quería quedarse sentado en aquel bar junto a ese chico nervioso e impulsivo. Secó su cara y respiró hondo, con seguridad salió de nuevo hacia las mesas.

Samuel le observaba mientras se sentaba. La proximidad que tenían, y que le resultaba un poco embarazosa, le permitía distinguir todos los detalles. El pelo negro comenzaba a salir sobre su cráneo antes rapado; su nariz estaba ligeramente torcida dándole un aspecto de duro; labios carnosos un poco desiguales. Nada en especial por separado, sumamente atractivo en conjunto. Abstraído como estaba en su rostro, no se percató que él le miraba largo rato, sin pestañear, como había dicho Ester, asomando en sus ojos algo extraño que le erizó el vello.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—Algo me sentó mal.

Minimizó el programa dejando al descubierto el salva pantallas.

—¿Quién es?

—Mi novio.

—¿Eres gay?

—Espero que no tengas ningún problema con esto—contestó a la defensiva  recibiendo una sonrisa como contestación.

—¿Cómo sabías que colonia uso?

Daniel fijó sus ojos en su rostro, dejando transcurrir el tiempo, valorando si debía contarle lo que le pasaba, temiendo que si lo hacía le consideraría un loco y perdería a la única persona con la que había llegado a entablar una relación desde que estaba en esa ciudad.

—Tengo fuertes dolores de cabeza. La verdad es que son tan fuertes que no puedo mantenerme en pie, y mientras los tengo aparecen imágenes, voces…pero no reconozco ninguna.
Creo que no estoy loco, solo que por alguna razón que desconozco no recuerdo nada.
Antes, cuando me acerqué a ti, vino el dolor y con él tú aroma.
Hasta hoy no había sido capaz de oler absolutamente nada y ahora mismo puedo distinguir perfectamente ese perfume y algo de olor a café.

Acerco su nariz al cuello de Samuel e inspiró con los ojos cerrados para luego dejar salir el aire lentamente, depositando su aliento en aquel hueco que se cerró de inmediato con una subida de hombros.
Samuel se revolvió inquieto en su silla, moviendo el cuello en círculos para aliviar el cosquilleo que había quedado aferrado en su piel. Su amigo seguía escribiendo, sin dar importancia a lo que había hecho, sin tener en cuenta que aquel roce estaba alimentando una sentencia guardada en el subconsciente del voluntario.

—¿Llevas mucho tiempo con él?

Una pregunta inocente, que pareciera no estar cargada de segundas intenciones, aceleró el pulso de Samuel. De improvisto, se acercó a él y comenzó a hablar casi atropelladamente, haciendo un esfuerzo enorme por no apartar su cara para que pudiera entenderle, a pesar de que su nerviosismo le rogaba que bajara la mirada.

—Salimos desde hace dos años. Le conocí en el local de copas donde trabajaba.
Vino a mí como un huracán, arrasando todo a su paso, poniendo mi vida del revés. Ante eso no pude hacer nada—le contaba la historia con rapidez, frotando sus manos con desasosiego—Lucas es….no sé, arrollador. Toma el control de todo y no te das cuenta.
Yo lo quiero ¿sabes? De verdad que lo quiero, pero Dios…—sus manos iban a su pelo peinándolo repetidamente con sus dedos—las cosas han cambiado mucho, me agobia, me presiona, me deja sin espacio….y sé que no necesito eso, pero es tan difícil hacer cambios…

Volvió su cara hacia la barra y tomó un sorbo de su taza, perdido por un momento en su propia reflexión.
El sonido del teclado le indicó que Daniel le estaba respondiendo.

—Una respuesta muy larga para una pregunta muy corta.
No estoy seguro de saber mucho sobre el amor, pero puedo entender que se pueda escapar, como las monedas en un bolsillo roto. A veces quedan escondidas en una esquina y se pueden recuperar. Puede que este sea tu caso—paró de escribir sin dejar de mirar la pantalla y de nuevo golpeó el teclado—El amor es un peso enorme que rompe costuras, y hay bolsillos que no están hechos para soportar tanta presión.

Puede que fueran esas palabras las que marcarán el punto de inflexión esa tarde, acercándolos, sellando una amistad que los dos necesitaban. A partir de ese momento, Samuel le fue contando anécdotas de su vida a un hombre que apenas conocía pero con el que se sentía muy a gusto.
El café dio paso a las cervezas y la tarde pasó a ser noche.
En la mochila un teléfono no paraba de sonar. Al otro lado Lucas marcaba con insistencia, una, dos, tres veces…pero nadie respondía.

Sobre las doce, Samuel intentaba que la llave entrara en la cerradura, sin duda las cervezas habían hecho efecto, y casi rogaba por encontrar a su novio ya acostado.
No tuvo suerte. Sentado ante el televisor con expresión enfurruñada, Lucas le esperaba malhumorado.

—Si miras el móvil verás que hay por lo menos diez llamadas mías. ¿Dónde estabas?

Esa postura de padre enfadado le pareció de repente muy cómica, y sin venir a cuento Samuel empezó a reír descontroladamente.

—Lo siento, lo siento—decía mientras se secaba las lágrimas—estaba tomando algo con un amigo y no oí el teléfono.

Aun con espasmos de risa, no se dio cuenta que ya lo tenía delante, explorando sus ojos y olisqueando como un perro.

—Joder, estás borracho qué tienes ¿quince años?

El tono despectivo y la mano en su cara, lo despejó de inmediato.

—No, tengo veinticinco, pero tú pareces no saberlo. ¿Por qué no te vas a la mierda y me dejas en paz? Estoy cansado de que me trates como a un niño.

Lucas retrocedió sorprendido, jamás le había hablado así, podían discutir, pero nunca le había enfrentado. Notó el cambio, sutil, inesperado, comprendiendo que Samuel empezaba a escurrirse como el agua entre las manos.

—No creo que estés en condiciones de hablar ahora. Lávate los dientes para quitar el olor y ven a la cama.

Una orden, el trato de un berrinche a un bebé, como siempre. Le vio dirigirse a la habitación apagando las luces a su paso.

Sentado a oscuras en esa habitación cada vez más ajena a él, dejando que las luces de una ciudad que no quiere dormir iluminen a medias la estancia, intenta comprender cuando terminó todo, cuando comenzó el éxodo de sus besos hacia ese limbo de amor en el que se encuentra, atrapado en un intermedio de sentimientos que tiran de él hacia dos direcciones: dejarse caer hacia lo desconocido desprotegiéndose de la conformidad que le hace la vida fácil, o volver al origen de unas caricias que ya perdieron su lustre.

El amor debería ser siempre un principio, tener memoria de pez solo para el cariño, y así cada día sería como el primero, descubrimientos infinitos a lo largo de una vida, puliendo sin cesar el áureo brillo del deseo.

Momentos de placer le empujan a épocas pasadas, le alejan de la decisión de la renuncia.
No puede olvidar las manos que estrenaron mapas de su piel que aún no habían sido revelados; ríos de saliva que discurrían a través de su garganta buscando desembocar en un mar de placer; dedos que ahondaban en su interior; la boca que atrapaba su carne endurecida, exigiendo, demandando, y en el momento preciso abandonarle para encontrase con una lengua que le devolvía el sabor desconocido de su propio sexo.
Eran esos instantes los que le revelaban a un oculto Lucas, un dócil ser entre sus manos, entregado a las órdenes de palabras susurradas, expectante ante los movimientos de un cuerpo que se consideraba vacío.
Separados por kilómetros de discrepancias, aún puede sentir como le penetraba lentamente entre amalgamas de sudor salado. Una mano soportando su peso, la otra moviéndose a lo largo de su miembro cada vez más rápido, al ritmo de airadas embestidas. Gemidos envueltos en sus respiraciones entrecortadas, eyaculando sobre unas sábanas ahora arrugadas, sintiendo la tibieza de Lucas en su interior, percibiendo el semen que no puede retener discurriendo por sus muslos.

¿Por qué ahora su roce no le provoca más que rechazo? ¿Acaso el sexo se convirtió en moneda de pago por el disfrute de materialidades que nunca quiso?

No quiere volver a su cama. Tiene miedo de que le abrace, miedo a tener que pensar en otro para satisfacer a un Lucas que nunca se rinde. No quiere caer derrotado ante evocaciones que ya no se pueden repetir, temor por sentirse sujeto a un hubo y no a un habrá.

Cansado, prepara la cama en el sofá, sabiendo que ese gesto acaba de romper la simetría de su relación.

 A partir de mañana nada será igual, ya no puede ser igual.

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4 comentarios:

Unknown dijo...

Qué bonito ha estado este capítulo. Qué bien describes lo que ellos sienten, me ha gustado mucho.

Un abrazo

Unknown dijo...

Estupendo Elo; tú sí que escribes bien. Hay unas cuantas frases en este capítulo dignas de apuntar para conservar.

Cuquisev dijo...

MMMMM.Si,diría que mas que estupendo es que este capitulo se te ha salido de bien hecho...y que conste que lo digo sin desmerecer nada de lo anteriormente escrito,sino porque (estoy de acuerdo con Marcos dk XD )está lleno de frases para conservar.
Animo linda.Besos.

isolde dijo...

Que bonito capitulo, tan lleno de sentimientos, y siguiendo la estela de los otros comentarios, es cierto que el texto tiene unas cuantas frases para recordar, es mas me aprendí una de memoria. Besos y mas quiero mas.....