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20 diciembre 2013

NIMIEDADES

No conozco a nadie que alguna vez en su vida, no se haya parado a pensar como sería esta si hubiera tomado decisiones distintas.
En determinados momentos fantaseamos con una vida teñida de condicionales, de futuros hipotéticos que nunca ocurrieron, pero que aún así echamos de menos.
Porque se puede echar de menos aquello que nunca tuvimos, y a veces duele más que lo que hemos perdido.

Y en este trance reflexivo me encontraba, justo antes de abandonarme entre la calidez de las mantas, estrechada por los brazos del cansancio que ahuyentan la vigilia, cuando mis ojos dejaron de distinguir los colores en aquel espacio inmensamente vacío, carente de atmósfera. Todos los colores del arco iris en una suma perfecta invisible a mis ojos, longitudes de onda absorbentes que no tenían donde reflejarse en ese cosmos aséptico e irreal.

Giré sobre mi misma bailando sobre la nada, hasta que fui capaz de distinguir a lo lejos un diminuto punto de luz rojo. Atraída por el color, dejé que mi cuerpo avanzara a un ritmo desconocido al encuentro de ese espectro visible.
Simplemente un botón. Un botón redondo de tamaño indefinido suspendido inocentemente entre aquella marea de vacío.
Supe al instante lo que significaba, aún no habiendo nadie que me diera una explicación coherente. Una oportunidad de ser otra dentro de mi misma, de omitir errores y cometer otros nuevos, de olvidar lugares para conocer otros, de recordar personas que aún no había conocido…
Era tan fácil…acercar mi dedo y pulsar casi sin ejercer presión, y mi mundo inmerso en una constante teoría del caos evolucionaría con un sencillo pensamiento que antes no hubiera tenido.
Tan tentador…tan relajante el saberse poseedor de ese don.
Pero y si…Llevé mis manos hacia mi vientre, cuna primitiva de un acierto deseado, angustiada ya por el olvido que no se había producido.
Me sentía una  de las Eternas de Isaac Asimov repleta de buenas intenciones, pero sabiendo que una única nimiedad, un cambio mínimo necesario, no solo cambiaría mi universo conocido, arrasaría con el universo de un neonato que dejaría de existir, y yo, nunca me desharía de la frustrante necesidad de echar de menos lo que nunca tuve.

¿Podría hacerlo? ¿Podría cambiar el rumbo del mundo sin importarme a quien afectara?
Visualicé mi nueva vida envuelta en una ansiedad sin fin en busca del momento exacto. Un ovulo fecundado por un gameto concreto, ese y no otro, con una carga de ADN única, creadora de una exclusiva personalidad.
El olvido no es una opción cuando amas tanto, solo cabe la renuncia.

El rojo se fue tiñendo de una amalgama de colores, hasta acabar convirtiéndose en una nebulosa que se desdibujaba ante mis ojos apartando de mí una ocasión nunca imaginada.
Decisiones en este firmamento, decisiones en otro paralelo, decisiones al fin y al cabo que hacen tambalear día a día un destino que nunca está escrito.
Replegué el cuerpo en un acto de defensa, mis rodillas acariciando mi pecho, mis brazos rodeando mis piernas, un ovillo de carne resguardando un principio.
Me dejé llevar a través del reposo uniforme que es el sueño, entre quimeras y desvaríos, para aterrizar con suavidad en la realidad de un colchón que ahora estaba frío.

Rojos, azules, violetas…aparecieron cegándome después de aquel trance incoloro. Reconocí mi cuarto, sentí la fragancia de mi casa arropada por lo cotidiano y en medio de esa objetividad aceptada lo sentí moviéndose bajo mi piel.

No necesitaba hacer las cosas de otro modo, no necesitaba cambiar una vida ya vivida, mi universo comenzaba a estar lleno de cambios, de nimiedades que trazaban un camino anclado en un perenne efecto mariposa.

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