Aún sabes cuando no quiero hablar. Todavía recuerdas lo que necesito para dejar de pensar. Tres minutos eran lo que me hacían falta y tú me los diste.
Apartaste la mesa del salón y pusiste la música a todo volumen, escandalizando a los vecinos entrados en años que hace tiempo dejaron de escuchar.
Y volvimos atrás, metidos en aquel destartalado 505 camino de Estella.
Mis pies descalzos en el salpicadero, tus manos golpeando el volante, las ventanillas abiertas y el aire caliente inundándonos sin compasión.
Living on the Edge.
No teniamos prisa, tan solo kilómetros por delante y esa felicidad que golpea cuando todo comienza.
Y ahora te veo sobre la alfombra tantos años después, con la misma sonrisa y la mirada cargada de tiempo. Me abrazas, me besas y dejas que llore al compás de un solo de guitarra.
Quisiera embotellar este momento y destaparlo cuando el aire se nos vuelve rancio.
Tres minutos de felicidad de una tarde de domingo, pondría en la etiqueta.
Nadie nos puede decir que tú y yo no hemos vivido al límite, aún lo hacemos
2 comentarios:
Sublime, sigo pensando que las historias cortas las bordas.Besos
Una reflexión muy acertada son esos pequeños momentos , otros los llaman recuerdos, por los cuales tomamos grandes impulsos en nuestras relaciones con los demás , "siempre nos haces pensar"
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