El caso es que me preguntó porque no los tenía en el blog, y la verdad es que había subido el enlace del libro, pero no llegué nunca a colgar los relatos.
Así que, por petición fraterna, hoy lo pongo aquí para quien quiera leerlo.
Las palabras que me amaron
1
Ya no queda nadie. Me han dejado sola con mi último adiós, del que no brota ninguna lágrima.
No puedo llorar porque este fin era esperado, tranquilo, sosegado. Tras ochenta años de vida plena, Andrés, mi tío tan querido, por fin se reúne de nuevo con su alma.
La lluvia plomiza que caía sin cesar, nos dio una tregua para que sus cenizas volaran libres al encuentro de los que más amaba. Por un momento, entre las montañas vestidas de un verde intenso, quise vislumbrar sonrisas escondidas entre los pinos que le daban la bienvenida, sonrisas que se mezclaban con la mía, sabedora de que él iba a estar bien.
De regreso a la casa que tantas veces visité de niña no puedo dejar de pensar en cual fue el secreto de cincuenta años de amor. Me gustaría hacer mías las miradas adornadas de arrugas que seguían transmitiendo una ternura casi adolescente, los besos ligeros cargados de una pasión antigua, los silencios tranquilos heredados de conversaciones llenas.
Sostengo en mi mano el único legado que me dejaron. La llave de un baúl escondido en el trastero y olvidado por años. La curiosidad hace que suba atropelladamente las escaleras del desván y lo busque con ansia. Retiro el polvo añejo que lo guarda y lo abro lentamente, dejando que aromas de otros tiempos se mezclen con los saquitos de lavanda que perfuman su interior.
Rostros en blanco y negro, gastados en manos que nunca olvidaron, me miran desde un fondo amarillento. Debajo de las fotos, un fajo de cartas. Conozco la letra. Recuerdo las historias que me contaba el tío Andrés sobre los años que él y Enrique permanecieron separados. Las abro sintiéndome una fisgona de interrogantes nunca respondidos; aún así, no puedo evitar comenzar a leer, dispuesta a inundarme con relatos de vidas ajenas.
2
Marsella, 25 de Noviembre de 1955
Mi querido Andrés:
Tras muchas horas de viaje por fin estamos en Marsella. La estación de Saint Charles nos recibe con una sensación de triunfo procedente de los que llegamos en busca de una vida mejor.
Estoy terriblemente cansado y muy hambriento. Madre tenía guardado en una de las bolsas algo de pan y queso, pero con nosotros viajaba un niño que no había olido la comida en varios días, así que no pudimos menos que alimentar al pobre chaval que con voracidad pasmosa dio cuenta de todo lo que le dimos.
Hace una mañana propia del mes de noviembre, y el frío se cuela por las costuras desgastadas del abrigo que me diste, mas aún conservo el calor de nuestro último abrazo. Me duele no haberte besado, pero las miradas curiosas que nos observaban, no dejaban de recordarme los infinitos problemas que podríamos tener.
No sé aún dónde vamos a vivir. Te escribo sentado en uno de los bancos de la estación a la espera de que revisen nuestros papeles, y anoto en el sobre tu dirección con impaciencia, esperando que esta carta llegue pronto a tus manos.
Ya te echo de menos,
Enrique.
Madrid, 12 de Diciembre de 1955
Mi Enrique:
Los días en Madrid se hacen muy largos sin ti. Hoy me encontré paseando por el Retiro y no dejaba de buscar con la mirada tu figura a lo lejos, aunque sabía que era mucha la distancia que nos separa.
Yo sí guardo en mi memoria aquel último beso, ocultos en las sombras del cine Callao. Siento aún en mis labios la tibieza de los tuyos, tu lengua entrando en mi boca que esperaba con impaciencia y nuestras manos retenidas ante el temor de ser descubiertos.
No sabes lo que daría hoy por un simple roce de tus labios…
Me enteré de tu dirección por mediación de tu antigua vecina que recibió carta de tu madre. Todavía recordaba cuando éramos niños y nos escondíamos debajo de las escaleras a comer las manzanas que robábamos al frutero de la esquina. ¿Te das cuenta? Ya entonces pasábamos las jornadas juntos, alejando el hambre, y el hambre es hoy la que nos separa.
El calendario no me sirve para contar el tiempo que falta para que regreses, porque ni tú mismo sabes cuándo volverás. No me queda otra que esperar paciente, anhelando todo lo que de ti recibí.
Escríbeme pronto, pues son estas cartas la fuerza de mis pasos diarios.
Te espero,
Andrés
Marsella 3 de enero de 1956
Andrés, Andrés, Andrés…
Repito tu nombre en mi mente sin cesar. No puedo dejar de pensar en ti.
¡Cómo me gustaría que estuvieses aquí a mi lado!
El Mirador de Notre Dame de la Garde hace que la ciudad se extienda ante mí como un extraño mosaico. He venido aquí después de visitar Le Palais du Pharo. El regalo de Napoleón a la emperatriz Eugenia. Mil palacios levantaría yo para ti, y en cada uno de ellos te llenaría con mi amor.
Llevo tu foto siempre cerca de mí y la miro sin cesar porque no quiero olvidar tu rostro.
¿Olvidarás tú el mío?
Mi cama, cada vez más vacía, se me antoja enorme en las noches siempre largas. Deseo tu cuerpo con un ansia febril, y sólo puedo hacerte el amor con palabras. ¿Bastan esas palabras para retener lo que fue mío y de nadie más?
La inquietud se apodera de mí con el paso del tiempo, desesperado en mi pensamiento con que otro te de lo que yo, en la distancia, no puedo ofrecerte.
No me olvides,
Enrique
Madrid, 1 de Marzo de 1.956
Enrique,
¿Qué habrá pasado por tu mente al ver que mi carta no llegaba?
Las cosas aquí no andan demasiado bien. Una oleada de inconformismo se ha apoderado de la ciudad. Los enfrentamientos en la universidad, entre los estudiantes antifalangistas y los miembros del SEU, han acabado en pedradas contra la policía creando un ambiente enrarecido.
No estás conmigo en la lucha, y sin embargo te tengo presente. ¿Cómo olvidarte?
Me amé en la noche y fuimos uno. Mis manos fueron las tuyas recorriendo mi cuerpo. Mis caricias, recuerdos de las que tú me brindabas. Eché de menos tu boca codiciosa, porque yo no podía recrear los besos que me dabas. El deseo de tenerte en mis brazos aumentaba con urgencia el roce sobre mi piel, dejándome empapado de un néctar que quisiera fuera el tuyo.
¿Te alcanza mi pasión en la distancia? ¿Puedes notar a través de mis letras el olor a sexo reciente que tanto ansío darte?
No abandono porque espero tu regreso.
Tuyo,
Andrés.
Marsella, 25 de Marzo de 1.956
Mi amor,
Sentí tu placer y lo hice mío, llenándome de una felicidad que no recordaba.
Hoy, desde el barco que me llevó a la Isla de If, contemplé un mar intensamente azul que trajo a mi memoria el color de tus ojos.
Fuiste mi Conde de Montecristo y yo el Alejandro Dumas que con mis palabras te rescató de la prisión. Porque es la vida la condena que nos separa, y el tiempo y la distancia los grilletes que nos encadenan.
La necesidad que tengo de la liberación es tan grande que a veces me ahoga, haciendo que las náuseas trepen por mi garganta, vomitando angustias que ya no se guardar.
Tengo ganas de volver a ti, y aunque aún conservo el sabor acre de los insultos y reproches que alguna vez nos dijeron, se que contigo a mi lado mis oídos se volverán sordos al desprecio, y en algún lugar viviremos juntos este amor arrinconado.
La melancolía se apodero de mí. Sólo cuatro meses lejos de tu lado y el aire que respiro se niega a entrar en mis pulmones.
Ríe por mí en tus paseos por Gran Vía, y saluda al Manzanares.
Enrique
Madrid, 16 de Abril de 1.956
Mi querido Enrique,
Me duele tu tristeza como si fuera mía, pero el tiempo no desgastará lo que hay entre nosotros.
Desde aquí te sostengo con mis brazos, que aguardan deseosos de estrechar tu cuerpo. ¿Qué te puedo decir que tú no sientas?
Las cosas mejoran en Madrid con pasos lentos. Pronto nuestras tardes de cine se volverán frecuentes. Los paseos al lado del río serán nuestros de nuevo, y la noche nos alcanzará juntos bajo las mantas de alguna cama que haremos nuestra.
No desesperes, mi cariño inmenso por ti sigue intacto.
Te amo,
Andrés
3
La luz apenas entra por las rendijas de la ventana del desván.
Agoto mis ojos en la penumbra para seguir leyendo tan inmensa historia de amor, aún conociendo el final feliz que les espera.
Las cartas se suceden durante dos años. Todas y cada una destilan un fervor casi religioso.
Andrés siempre me decía que la paciencia era una virtud que debía cultivar, porque la recompensa que ofrecía era mucho mejor que un tesoro.
Ahora comprendo el significado de sus palabras.
El último sobre, es una carta de Enrique en la que envía una foto suya. Casi no reconozco al hombre joven que posa serio ante una barca de pescadores.
Aprovechando los últimos rayos de esta tarde de otoño, despliego las hojas teñidas con la tinta del reencuentro.
Marsella, 20 de Noviembre de 1.957
Andrés, mi vida
Esas horas que parecían detenidas en mi reloj, siguen pasando con lenta desesperación, sabiéndose el último obstáculo entre nosotros.
Tengo ante mí el barco anclado en el Puerto de Vieux que me llevará de regreso a España, y de nuevo a tu vida.
Paseando entre los pescadores, me viene a la memoria el viaje que hicimos a Valencia. ¿Lo recuerdas?
Éramos unos muchachos casi imberbes que nunca habían visto el mar.
No nos importaron las innumerables horas que pasamos en aquel tren atestado de gente, con un calor agobiante que nos nublaba la vista. Sólo queríamos tener ante nuestros ojos aquella inmensidad azul que tantas veces soñamos al ver las fotografías de los libros de viajes.
Recuerdo tu cara de asombro al bajar a la playa, y mi sonrisa al descubrir que aquel color del Mediterráneo yo ya lo había visto en tus ojos.
Se nos hizo corto el día para disfrutar de aquella agua tan cálida, y nos encontró la noche escondidos tras las rocas, tumbados en un colchón de arena.
Allí, junto a ese mar que nos parecía tan lejano, nos entregamos por primera vez. Con manos inexpertas descubrimos nuestros cuerpos, mientras que la arena que se pegaba en la piel dibujaba caricias que no querían acabar. Nuestras bocas con gusto a sal chocaban frenéticas en busca de un placer recién desenmascarado, y vacilantes, nos llenamos de un amor prohibido.
Así será otra vez cuando esté junto a ti, porque la distancia me volvió de nuevo un quinceañero que nada más desea, que descubrirte día a día hasta que no me quede aliento.
Regreso a casa, vuelvo a ti,
Enrique
Sonrío mientras guardo con cuidado las palabras que amaron en la distancia a dos hombres indigestos de ternura. Cierro con llave secretos a voces que nunca fueron ocultos.
No puedo estar triste porque ya no habrá mares, ni caminos, ni tiempo que los separe de nuevo.
4 comentarios:
Precioso, me ha encantado y emocionado esta historia de amor tan lejana y cercana a la vez...
Sigue escribiendo así, el corazón se desborda en cada palabra.
Un beso.
Me encantan todos tus relatos,pero sigue enseñandonos mas,anda guapetona... y dile a tu hermana que te anime a darle término a algun relato pendiente(sonó a latigazo???) y se anime a leerlos todos,jiji,le encantaran...Besos corazón,muchos.
Hermoso relato que me gustaría incluir en Escriotres de Alrededor.Anima a tu hermana y a ti misma para participar en ese blog
poetasdealrededor.blogspot.com/
Un saludo
No puedes imaginar lo mucho que me gusta como escribes, es sencilamante admirable. Me emociona y embarga ..... es tan bello el relato, la personificacion del mas sincero amor. Gracias por compartirlo con todos nosotros, muchisimas gracias.
Egoistamente espero mas. Besos
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