QUIQUE
A las siete y media de la mañana, no suelo encontrarme con
mucho tráfico en la carretera comarcal que me lleva a mi trabajo.
El coche da pequeños botes al pisar los baches, siguiendo el
ritmo de la música que suena en la radio. El paisaje es árido y anodino hasta
llegar a la entrada de la Clínica Babel.
Parado ante el portón de seguridad, mientras espero a que el
guardia de seguridad confirme mi acreditación, no puedo dejar de mirar el
cartel con cierta ironía.
El doctor Velasco, tenía sin duda un extraño sentido del
humor al nombrar así a un sanatorio mental. O quizás fue un acierto, el que no
entendamos a todos los que allí habitan, puede que se deba a que hablan
distintos idiomas que no conocemos.